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Mejores humanos,
mejores líderes

Lic. Oscar Luis Camacho

Director de formación integral de la UNIS BUSINESS SCHOOL | 2003 - 2020
Ref: “Nosotros, el hábitat de las virtudes” - José Manuel Antuña -
(textos para la formación)
15 de octubre de 2023

Para ser un buen líder, hay que ser mejor persona.

Para ser mejores personas, personas virtuosas —generosas, ordenadas o agradecidas, por ejemplo— necesitaremos vencer las resistencias propias, con tiempo y adiestramiento, teniendo como motivación el saber que siempre nos espera alguien, personas que necesitan esos regalos nuestros.

Todas nuestras acciones, y por consiguiente nuestros planes y proyectos, tienen un efecto sobre algo o alguien y para el propósito de este resumen, pensemos en las relaciones que necesariamente mantenemos con los demás. Mejores… ¿para qué?, o… ¿para quién?... Nuestra existencia solo es auténticamente humana y auténticamente divina, si se desarrolla en comunión con las otras personas y en este campo deberían ocupar un importante lugar las virtudes humanas.

Durante nuestro desarrollo y crecimiento, se adquieren - consciente o inconscientemente - hábitos operativos que regulan nuestra manera de ser; algunos pueden ser perjudiciales o inconvenientes y se consideran como vicios, y por el otro lado, los hábitos beneficiosos se definen como virtudes humanas y resultan de un proceso educativo externo o interno.

Una auténtica virtud no se alcanza al margen o a pesar de los demás, la senda es más bien la contraria: la del crecimiento en una libertad para los demás, una libertad que nos permite comprometernos y entregarnos a quienes nos rodean. La virtud, a fin de cuentas, consiste en poseerse para darse… esa es la verdadera fuerza, el verdadero poder.

Hasta la más pequeña o insignificante virtud apunta a un crecimiento de nuestra personalidad e influye en nuestra comunión con los demás, pues en la medida en que nos proporcionan un cierto dominio sobre aspectos particulares de nuestra persona, las virtudes nos empoderan, además de que entrelazadas entre sí, nos ayudan a ser verdaderamente nosotros mismos y más felices.

La felicidad no es un camino aislado, siempre es un reflejo del ser dueños de nosotros en la búsqueda de la verdad y el bien; y como dueños de nosotros mismos y en la búsqueda de esa comunión, las virtudes nos hacen capaces de expresar el amor: ese amor que implica entrega y precisamente en ella el hombre-persona se convierte en don y, mediante este darse, realiza el sentido mismo de su ser.

Entonces, todas las virtudes tienen como horizonte la apertura a los demás; son personales y, al mismo tiempo, tienen una dimensión de comunión pues potencian los vínculos con los demás; de hecho, las virtudes solo pueden ser adquiridas en un ambiente relacional: su hábitat es el «nosotros». Son decisivos los consejos que recibimos en la buenas lecturas o conversaciones que iluminan la razón con principios firmes, los cuales, llevados a la vida, van formando las virtudes y van facilitándonos entender dónde está el bien, y cómo alcanzarlo. En este proceso, el ejemplo de las personas que nos rodean también es fuente de enseñanza; un clima virtuoso en la familia o en el lugar del trabajo, creado por un buen líder, es un vivero de virtudes. Y también sucede, lamentablemente, lo contrario: allá donde el clima es descuidado, resulta más difícil crecer humanamente.

Recordemos que los hombres y mujeres no vivimos sin más, sino que con-vivimos; nuestra existencia es un ser con quienes nos rodean, pues solo hay vida donde hay comunión. Los vínculos que creamos con los demás son muchas veces la fuerza que permite nuestro propio crecimiento personal, no somos náufragos que sobreviven en su aislamiento, sino personas necesitadas de los demás.

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