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Niños y adolescentes violentos:
algunas consideraciones en orientación familiar

Dr. Luis Hernández Bocaletti

Médico Psiquiatra. Psicólogo Clínico
Profesor y Asesor de ICEF
31 de Julio de 2020

Psicológicamente se establece una distinción terminológica entre dos conceptos que a veces pueden dar lugar a confusión: agresividad y violencia.

Se entiende por agresividad un tipo de vivencia que se caracteriza por una disposición a atacar, a hacer daño. Esta agresividad puede expresarse física o verbalmente, directa o indirectamente, activa o pasivamente. Se reconoce, desde los clásicos estudios de Dollard, una relación entre agresividad y profundos sentimientos de frustración, cólera o inferioridad, originados, generalmente, en etapas tempranas de la vida y relacionadas con las imágenes parentales.

Por otro lado, la violencia aparece cuando los mecanismos psicológicos de autocontrol fallan y permiten la expresión, en acto, de la vivencia agresiva.

La anterior aclaración parece pertinente para introducir el tema de la violencia infantil y juvenil.

Nada más alejado de la percepción del desarrollo normal de la personalidad que considerar a un niño o adolescente violento. Se esperaría la violencia en un adulto (frustrado, colérico y conflictivo) pero no en un niño.

No obstante lo anterior, es una realidad confirmada, en el campo de la psicología social, que la violencia infantil y juvenil existen. Generalmente se estudia como fenómeno social negativo, ligado a la delincuencia infanto-juvenil.

Estamos ante un problema que preocupa a todos los sectores de la sociedad, y con razón. En años pasados, los crímenes violentos perpetrados por menores de edad, aumentaron al menos en un 50% en 10 países de Europa, según el Instituto de Estudios de criminología de Baja Sajonia. En Francia, aunque las cifras de la delincuencia global bajaron ligeramente, la parte de los menores de edad en el total de los delitos subió del 18% al 20%. En Estados Unidos anualmente se producen más de dos millones de arrestos de jóvenes por hechos violentos. Son impactantes las imágenes contemporáneas divulgadas por televisión de niños asesinando a compañeros de escuela, profesores y a sus propios padres.

Debe reconocerse pues que existe el problema, y que hay soluciones para todos los gustos. En un reciente artículo, sobre violencia en colegios, un magistrado francés, propone que buscar la solución por la vía penal no es lo más adecuado. Piensa que resultaría más eficaz buscar soluciones en el derecho civil. Un mecanismo sería que los perjudicados por la violencia juvenil (los transportes, las personas, las escuelas, etc.) puedan recurrir a los jueces civiles por vía de urgencia. El hecho de que los padres puedan presentarse como fiadores solidarios de los hijos reforzaría la responsabilidad del joven, de la familia o de los representantes legales, obligados a reparar solidariamente.

Otra línea es la preventiva. En Estados Unidos de Norteamérica están los programas organizados por Big Brothers/Big Sisters, que tratan de ocupar el tiempo libre de los niños y adolescentes con competiciones deportivas y otras actividades fuera del horario escolar.

Al estudiar el tema de la violencia infanto-juvenil, se descubren otros fenómenos asociados: la droga y el alcohol guardan proporción directa con los crímenes y conducta violenta que crecen especialmente por su consumo durante los fines de semana.

Pero esos factores mencionados no son la única causa favorecedora de la expresión de la violencia, al igual que no existe un solo tipo de delincuente. Una línea de estudio muy interesante es la observada precisamente en Estados Unidos. Los Norteamericanos se percataron de que muchos niños y jóvenes violentos viven en hogares de atmósfera emocionalmente irrespirable, donde se da el fenómeno del síndrome del niño mal tratado. Sabemos que la penuria material no es lo más grave. La conducta violenta se da en todos los estratos sociales. La circunstancia más común entre los delincuentes infanto-juveniles es pertenecer a una familia disfuncional.

Además, la psicología social reconoce que, para sanear las familias, las instituciones públicas tienen una eficacia muy limitada. Sin despreciar las acciones de este tipo, las iniciativas ciudadanas, aparentemente más modestas, dan mejores resultados. La experiencia psicosocial es ya suficiente para comprender que las miserias de las naciones desarrolladas tienen su raíz en la ausencia de los valores y en la pérdida del concepto de familia y que la alternativa preventiva y terapéutica sólo se encuentra con un cambio de mentalidad en pro de los valores y en una movilización de la sociedad a favor de la familia y su organización funcional.

Finalmente, es recomendable, con un claro sentido preventivo o bien de intervención temprana, que, ante un niño-adolescente violento, los padres consulten a un profesional experto en salud mental infantil y terapia familiar.

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